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Las ciudades fronterizas se convierten en el destino final de los migrantes


En ciudad Juarez, Chihuahua miles de cubanos, que esperan la decisión sobre su solicitud de asilo en Estados Unidos, han convertido estas cuadras empobrecidas en su hogar, pues aquí han encontrado trabajo y rentan habitaciones en hoteles baratos.

El primer restaurante cubano se inauguró en abril y su personal está conformado por diez empleados migrantes que, entre otras cosas, sirven un platillo tradicional de carne de res deshebrada conocido como ropa vieja, con arroz y frijoles. Afuera, en las aceras, los afiches muestran la bandera cubana, un signo de que los recién llegados están comenzando a forjarse una vida aquí, aunque sea difícil, incierta y temporal.


“Todo fue factor suerte”, dijo Ramón Santo Domingo Ramos, el cocinero del restaurante. Las comunidades fronterizas como Ciudad Juárez, llenas de migrantes cubanos, centroamericanos y de otros países, se están adaptando a una nueva realidad: quizá sean el destino final, no solo ya una parada antes de llegar a Estados Unidos. La semana pasada, el gobierno federal mexicano abrió un refugio en una fábrica vacía para alojar a los solicitantes de asilo que fueron retornados por las autoridades de Estados Unidos. El plan es que los migrantes se queden ahí temporalmente mientras buscan trabajo o se mudan a alguno de los más de diez albergues administrados por iglesias.

En una habitación lateral del refugio, más de diez personas (una con un bebé) escuchaban mientras un instructor de informática de una fundación local les explicaba los programas básicos. Soldados servían sopa de pasta, tortillas, pollo y frijoles a unas 160 personas para que almorzaran, mientras que un par de médicos daban consultas.


Dayami, una cubana de 28 años, atravesó la jungla panameña acompañada de su hijo Brandhoon, de 3 años, para llegar a México. “Arriesgas tu propia vida por tus hijos”, dijo Dayami, quien solo proporcionó su nombre porque está en curso su solicitud de asilo en Estados Unidos.

El cansancio y la incertidumbre de su caso de asilo le han arrebatado la fuerza mientras espera con su hijo en México, en un albergue dirigido por la iglesia de San Juan Apóstol y Evangelista.


Saúl, de 41 años, dijo que le dieron un día para irse de Honduras, posiblemente porque su trabajo como pastor evangélico enfureció a un hombre poderoso de la localidad. Pidió asilo en Estados Unidos junto con su hijo —a quien una pandilla quería reclutar por la fuerza—, su nuera y sus dos hijos pequeños.


A su familia le permitieron quedarse y continuar su caso en Estados Unidos. A él lo enviaron de regreso a Ciudad Juárez. Ahora vive en una choza en ruinas al lado de un campo de sorgo y gana algo de dinero cuidando a un poni y a un burro.

“A veces me dan ganas de regresarme a Honduras”, dijo Saúl, que solo proporcionó su nombre por motivos similares.


“Me siento satisfecha y me siento útil”, dijo Náyade Hidalgo Ruiz, de 24 años, quien está trabajando como mesera en el restaurante cubano Little Habana.

Ha estado trabajando en Juárez desde que la regresaron de Estados Unidos en junio mientras llega el día de la audiencia por su caso de asilo en diciembre.

Graduada como ingeniera química en Cuba, decidió irse cuando la culparon por el colapso de un motor en la empresa de energía eléctrica donde trabajaba. “Alguien tenía que ir preso”, dijo. Como era la empleada más joven, era un chivo expiatorio fácil, comentó. Solo gana poco más de 10 dólares al día. No obstante, incluso ese salario reducido es bienvenido después de su salario de subsistencia y las limitadas opciones alimentarias en Cuba. “Puedo comprar un yogur si quiero”, dijo. “Aquí es distinto. Es capitalismo. Es mejor”.

Little Habana es propiedad de Cristina Ibarra, una empresaria de Ciudad Juárez que ha permitido que sus empleados cubanos diseñen los menús y preparen la comida. Un menú completo de platillos cubanos se vende por menos de 3 dólares. Su siguiente plan es abrir una pizzería cubana con Santo Domingo, el cocinero de Little Habana.

Él dirigía una pequeña cafetería en Cuba, pero no soportaba las reglas rígidas que el gobierno les impone a los empleos independientes. “La policia se mete mucho con uno”, dijo. “No hay condiciones para hacer negocios”. “Me gusta hacer negocios”, agregó Santo Domingo. A diferencia de Cuba, dijo, “aquí puedo ir al mercado y comprar todo lo que necesito para trabajar”.

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